Para poder dar al mundo tu rayo de luz y servir de ejemplo, primero has de sumergirte en el espacio profundo y oscuro, igual que lo hace la semilla. En su soledad encuentra el propósito de tal aislamiento, romper el caparazón que la cubre para ir en busca del llamado de la luz.
Sólo cuando está preparada, rompe y desgarra su manto para dejar salir el potencial que contiene la esencia de quien es y en lo que se convertirá. Pero eso a la semilla no le importa, porque su propósito era despertar sabiendo que el resto será obra de la luz que siempre estuvo ahí.
El amor de la semilla no fue convertirse en árbol (es lo que era desde un principio) sino permitir el proceso de expresión para cumplir su propósito: MANIFESTARSE como la expresión divina del Creador y servir a tal propósito.
Así, nos hacemos sabeedores que el proceso de iluminación no es algo que tengamos que conseguir, sino algo a descubrir desde la más absoluta y sincera de las obscuridades. Sólo así se manifestará la luz más bella jamás imaginada expresando el amor infinito del universo que somos.
Sanah
(Que el universo viva en ti y tú seas expresión del universo).